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La opinión del experto por José Andrés López: en innovación poder también es querer

martes, 22 noviembre 2022

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Atendiendo al último dato disponible en el Directorio Central de Empresas, el tejido productivo de la Región de Murcia está formado por 95.294 empresas. El 95,2% de las mismas tiene menos de 10 empleados, porcentaje que crece hasta el 99,2% si se considera a las empresas de hasta 50 trabajadores. Es decir, la dimensión del citado tejido productivo, en términos generales, es muy reducida; está formado en su práctica totalidad por micro y pequeñas empresas. Estas se enfrentan a una situación caracterizada por un cambio constante, una elevada incertidumbre, una competencia cada vez más intensa y unos clientes también cada vez más exigentes. Ante esta difícil situación es frecuente escuchar que se han de digitalizar, crear nuevos modelos de negocio, invertir en I+D, internacionalizar, ser más sostenibles, mejorar su gestión de personas… medidas que tienen mucho que ver con la innovación, y que compartimos.

El problema que se presenta es que, como ya hemos indicado, el tejido productivo regional está compuesto en su práctica totalidad por entidades de dimensión muy pequeña para implementar estas recomendaciones. La mayoría de las veces carecen de la capacidad para atraer talento y para acometer proyectos con una dimensión mínima viable. En consecuencia, el resultado es que los niveles de innovación se quedan muy por debajo de lo que sería deseable. La pregunta es: ¿qué hacer entonces?

Por fortuna, la innovación abarca todo lo anterior, pero no solo eso. De acuerdo con la Fundación Cotec, la innovación puede ser entendida como “todo cambio (no solo tecnológico) basado en conocimiento (no solo científico) que aporta valor (no sólo económico)”. Esta definición ofrece un halo de esperanza a las empresas más pequeñas, al considerar que la innovación incluye todo lo ya expresado y, además, tiene otra acepción. Esta no puede ni pretende sustituir las medidas antes indicadas, pero presenta la particularidad de que se encuentra al alcance de todos. Estamos hablando de la innovación incremental, de la mejora continua. Esta no requiere grandes inversiones, no exige grandes talentos y, como decíamos, está al alcance de cualquiera que desee ponerla en práctica. Consiste en que todo el mundo mejore en su trabajo, intente hacer las cosas cada día un poco mejor; en hacer cada día un pequeño esfuerzo de superación. No proporcionará resultados espectaculares en el corto plazo, pero sí un flujo continuo de mejoras que, sin duda, al final repercutirá positivamente en la cuenta de resultados.

Esto que parece sencillo no siempre se hace, básicamente porque exige una mayor disciplina y esfuerzo continuado a personas que normalmente van sobrecargadas de trabajo. Por ello, es preciso interiorizar la necesidad de innovación, que esta se convierta en una rutina integrada en la actividad cotidiana. Que no se considere algo excepcional, sino que sea lo usual. Es necesario, también, que esta internalización de la innovación no acabe en el equipo directivo, sino que se extienda a todas y cada una de las personas que integran la empresa, puesto que son ellas, con su aportación, las que van a llevar adelante el proceso innovador. Y ha de abarcar todas las funciones de la empresa y a todos los niveles: producción, marketing, gestión de personas, gestión financiera, administración…

La innovación incremental introduce mejoras en las cosas que se hacen con la tecnología disponible. Sin embargo, no permite el salto tecnológico por lo que si la empresa se limita a ella, antes o después, quedará desfasada y posiblemente será expulsada del mercado. Es precisa también la innovación radical, la cual exige unos mayores niveles de asunción de riesgos, mayor inversión, personal más cualificado y superar otras muchas barreras. En la mayoría de las ocasiones resulta harto complicado para las pymes. Ante esta situación ¿qué se puede hacer?

Estamos ante una pregunta difícil, cuya respuesta excede por mucho el propósito de estas líneas. No obstante, podemos apuntar que la colaboración entre empresas o entre estas y los centros de creación de conocimiento podría ser una buena alternativa. O mejor aún, hay que promover la colaboración con otras empresas y con los centros de investigación simultáneamente. Y deseable también la colaboración de las administraciones públicas, en su papel de facilitadoras. En otros términos, es precisa la existencia de un ecosistema innovador que ponga en contacto a los tres actores del mismo y posibilite la innovación (en esto trabajamos desde EMURI). Si bien es importante el papel de otros actores, al final es la propia empresa la que ha de tomar la determinación de innovar. Decisión que no llegará sin el correspondiente compromiso con una estrategia innovadora y que esto se vea reflejado en la forma de operar de la misma.

A modo de conclusión, se puede señalar que si se trata de innovar (tanto en el supuesto de la innovación radical como en la incremental), el primer paso es estar convencidos de su necesidad y, además, querer hacerlo. Esto está al alcance de todos, aunque -como hemos señalado- no resulta una tarea fácil, ni rápida, ni produce resultados a corto plazo, pero cuando se aborda de forma decidida los resultados empresariales son mucho mejores.

José Andrés López 

Profesor de Dirección Estratégica de la Universidad de Murcia 

Miembro del Equipo de Trabajo de EMURI