La pregunta que todo directivo se hace conscientemente: el valor actual de su empresa. Los diversos modos de valoración de una empresa siempre lo calculan como función primaria de su cifra de negocios y de sus beneficios: una empresa vale más, y sube su acción si es cotizada, si su cifra de negocio crece —y se descuenta a futuro— sostenidamente, o si su beneficio iguala o supera las expectativas, o ambas cosas a la vez.
El cuidado de estos dos parámetros, unido a la gestión de la caja, es lo que da vida e impulsa el valor la empresa desde una perspectiva financiera que es, al final de todo, la que realmente importa. Es la manera más objetiva de descontar el conjunto de activos que conforman el talento empresarial. Solo una excepción: la de las empresas con pobres resultados actuales, pero de muy alto valor presente y futuro, basado en las expectativas fundamentadas que generan los activos invertidos en investigación e innovación. Dos ejemplos: Zeltia y Tesla (disruptivas, tecnológicas, globales). Trato de explicarlo.
Zeltia tardó más de una década en presentar y cobrar su primera factura mientras consumía ingentes cantidades de dinero en investigación y en cambios innovadores de las diferentes líneas de trabajo. El tiempo necesario para que su exitoso anticancerígeno Yondelis pasara las exigentes pruebas de aprobación tanto por parte de la FDA como de, entre otras, las autoridades sanitarias suizas. Ello no fue obstáculo para que cotizara en bolsa mucho antes y fuese objeto del deseo de los inversores y, por consiguiente, del alza sistemática de su cotización…¡sin vender un frasco ni una pastilla!. Y la historia de Tesla es la de una empresa que hoy supera en capitalización a Volkswagen y vende una cantidad ridícula de coches en comparación al gigante alemán.
¿Dónde radica el éxito de ambos? Mi opinión es que descansa en el espíritu inspirador de la innovación porque es el instrumento de la voluntad empresarial que mejor contiene y expresa los beneficios que nacen de la mejora de los procesos internos, operativos y tecnológicos, y las mejoras de la experiencia con los clientes. Y que los proyecta en el futuro con resultados de valor actualizado real como los mencionados. Y recuerdo que estoy hablando de espíritu, de voluntad, de energía, todos ellos, por ahora, intangibles: su sede es el alma y el corazón del empresario.
Pero ello no es accesible simplemente por una decisión caprichosa. El ánimo innovador nace de la voluntad inquebrantable del empresario comprometido con la eficiencia y la mejora continua, con la capacidad de transformar el talento en valor y con la asunción de riesgo que toda decisión empresarial lleva cosida a su piel. Cuando se han juntado esos ingredientes del entendimiento y de la voluntad, toca hacer el diagnóstico de las necesidades en función de la situación de todos los ámbitos de la empresa. Y ahí hay que incluir inexcusablemente las dosis equilibradas de digitalización y de tecnología, de modificación de las formas de trabajar, de la transformación de procesos y procedimientos, abiertos a incorporar el talento necesario, aunque no existiese esa posición ni esa voluntad con anterioridad: en materia de innovación, siempre estamos a tiempo.
Y no debemos olvidar que todo lo anterior lo van a aplicar y convertir en realidad los trabajadores de la empresa a los diferentes niveles, y ahí pueden surgir problemas si no convertimos la resistencia en resiliencia y somos capaces de compartir y hacernos entender en el discurso de la productividad, del valor que puede aportar el trabajo con los medios introducidos y de la satisfacción personal cuando hacemos bien las cosas. Innovación es también comunicación. La ecuación que debemos resolver es alcanzar el máximo en el proceso de convertir el talento en valor, proceso en el cual la innovación es el más importante catalizador. Por eso, lo que el mundo exige, lo que nuestra Región requiere para un impulso serio de bienestar y progreso no son muchas ayudas públicas tanto como un puñado de líderes seriamente comprometidos con la innovación y, consecuentemente, con la investigación, con el convencimiento de que también ambas son cuentas de su activo, son cuentas que impulsan determinantemente el valor de sus empresas. Algunos de esos líderes llevan tiempo presentes y vigentes en nuestra economía regional y son la prueba de mi afirmación. Pero es deseable que sean más, muchos más, porque son el factor de riqueza más relevante de nuestra economía en la medida que su aportación tiene su origen en el talento y en el espíritu innovador. Y los dos, talento y espíritu innovador, al contrario de los bienes materiales, crecen más cuanto más los usamos.
Francisco Martínez Asensio
Economista
Miembro del equipo de trabajo del EMURI